miércoles, noviembre 15, 2006

Misericordia.


Se escuchan los primeros cantos, fuertes, pero que parecen acariciar al oído. Cada rincón de la gran capilla, se llena de la hermosa melodía. Enseguida, la voz del "castrati" se alza con tal maestría que conmueve -algunos hasta las lágrimas- , a toda la asistencia.”Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia, conforme a la multitud de tus piedades borra mis rebeldías".
Luego, los altos, barítonos y bajos se unen formando un sonido polifónico, hipnotizante, armonizando en perfecta sincronía. Cuando David, escribió los versos del Salmo cincuenta y uno, jamás imaginó de que algún día serían interpretados con tanta excelsitud. El sacristán apaga la primera vela. Poco a poco, el lugar quedará a oscuras.
Es Miércoles Santo , mejor conocido como "De tinieblas". La misa es oficiada por Su Santidad el Papa Clemente XIV; la sublime representación es "Misere" de Gregorio Allegri. No cualquier mortal puede tener el privilegio de escuchar tan bella obra. Sus partituras, son celosamente guardadas en los archivos vaticanos, así ha sido por más de un siglo. Si alguien quiere escucharla, tiene que esperar que sea Semana Santa y viajar a Roma. No hay otra manera. Quien se atreviera a difundirlas, corría el riesgo de ser excomulgado.
En primera fila se encuentran sentados totalmente absortos, un joven y su padre. Han hecho un largo viaje para presenciar y vivir ese momento.
Más velas se apagan, el padre mira hacia arriba, la majestuosidad de las obras de Miguel Ángel y los cantos compuestos por Allegri parecen fusionarse en cada compás. A un lado, su hijo luce ensimismado ante la belleza auditiva. Con la barbilla pegada al pecho, parece rezar sus plegarias al Señor. No voltea a mirar a su padre, él lo deja de observar para seguir deleitándose con las voces. Otra vela más se extingue, queda una sola. Es el momento del clímax. Su Santidad, se postra ante el crucifijo. El maestro de capilla, dirige a los cantores para que vayan más lento y quedo. Se apaga la última vela y entonces todo es oscuridad. Se escuchan los retumbidos de las bancas. Todos golpean con los misales para simular el temblor de tierra. La misa ha terminado. Es una verdadera lástima que seamos tan pocos los que tienen la dicha, piensa el padre. Si la iglesia no fuera tan cerrada en ese aspecto.
-¿Te ha gustado hijo?
-Es la pieza musical más bella que he escuchado ¿Sabes quién la escribió?
-Gregorio Allegri, hace más de un siglo.
-Pues han sido los diez minutos más grandiosos que se han escrito.
-Tan grandes que la iglesia ha prohibido difundir la obra.
-¿Quieres decir que no todos conocen el "Miserere"?
-Así es hijo, somos privilegiados.
-Pues, muy pronto se acabará el secreto.
-¿Qué dices?
-No te preocupes. Ya lo verás.
Por la noche, ya instalados en su hotel, el joven se encontraba sobre su cama, a la luz de las velas, escribiendo con gran concentración. A su padre no le pareció nada raro, debe estar trabajando en una nueva obra, pensó. Su hijo, a pesar de su corta edad, tenía ya tres operas escritas. Era un verdadero prodigio. Después de darle las buenas noches, se acostó a dormir.
-¡Padre, despierta!
-¿Qué pasa?
-Disculpa que te haya levantado, pero hay algo que tengo que mostrarte.
-¿Qué es tan importante, para que me levantes a mitad de la noche?
-Su hijo le puso en las manos, un papel hecho rollo.
-¿Qué es esto?
-Vamos, revísalo. Te va a gustar.
Su padre, con los ojos casi cerrados, empezó a leer. Eran unas partituras. Estaba acostumbrado a la magnífica forma de escribir de su hijo, pero esta vez, quedó anonadado Era la pieza completa de el "Miserere", con sus nueve voces, con los tiempos y arreglos indicados con gran precisión, incluyendo todas las armonizaciones.
-Hijo, esto es casi perfecto.
-Lo sé. Me faltan corregir varias partes, pero necesito que me lleves a escucharlo de nuevo.
-El Viernes Santo habrá otra presentación, podemos asistir, pero debes ser cuidadoso. Si llegaran a descubrirte, estaremos en graves aprietos.
-No te preocupes, tengo un plan.
-Bueno, a dormir. Mañana hay que buscar a tu nuevo maestro.
El día de Viernes Santo se volvieron a presentar a la capilla. El joven llevaba oculto en su sombrero la copia que revisaría. Cuando la obra empezó a ejecutarse, lo puso en sus manos como si estuviera orando, en realidad corregía sus escritos. En efecto, había unos cuantos errores. Hace los cambios necesarios y al finalizar la misa, lo entrega a su padre, quien lo abraza orgulloso. La felicidad no le cabía en el pecho.
Pasaron semanas. el joven empieza a hacerse famoso en Roma por ser un virtuoso a su corta edad. Una tarde, ofreció un concierto ante una gran concurrencia. Interpretó el "Miserere" mientras tocaba el clave. La gente boquiabierta no creían lo que estaban escuchando. Dentro del público, se encontraba "el castrati" Christofori, que lo había cantado en la Capilla Sixtina y estaba más sorprendido que cualquiera en la sala.
Dos días más tarde, continuaron su viaje hacia el sur hasta llegar a Nápoles. Dio varios conciertos más donde deleitó con su música a propios y extraños, y luego, semanas más tarde, regresaron a Roma.
El Papa Clemente XIV fue notificado de la presencia del joven. Ya estaba enterado de su interpretación del "Miserere", por lo que lo hizo llamar para recibirlo en audiencia.
Cuando padre e hijo, recibieron la noticia, se imaginaron lo peor. Sabían que iban a pagar muy caro el atrevimiento. No hablaron en todo el trayecto hacia el Vaticano. Con caras largas, entraron al salón de audiencias donde ya los esperaban.
-¿Con que éste es el joven virtuoso que tuvo la osadía de robarse el Miserere? -dijo el Papa con tono severo.
-Así es su Santidad, he sido yo -se hincó el joven en señal de respeto.
-¿Sabes cuál es el castigo para ese acto, jovencito?
-Si, y lo tengo muy merecido, por lo que lo acepto humildemente. Pero lo hice por una causa noble, yo sólo quería que tan hermosa pieza estuviera al alcance de todas la personas, no lo hice para me beneficio.
-Se había mantenido el secreto por más de un siglo ¿Cómo es que un jovenzuelo como usted pudo robarse lo que con tanto celo ocultábamos?
-No quiero pecar de soberbia, pero en realidad fue muy fácil.
-¿Fácil? Exijo que se explique, joven.
-El Miércoles de Tinieblas, mientras se cantaba la pieza, la fui memorizando. Cuando volví a mi habitación la pasé a papel, después sólo tuve que hacerle unas cuantas correcciones, el Viernes Santo, que la volví a escuchar.
-¿Cuál es su nombre jovencito?
-Wolfang Amadeus Mozart.
El Papa se quedó pensativo por un momento. Su rostro severo fue desapareciendo para que luego se le formara una enorme sonrisa.
-Mire joven Mozart, usted ha cometido un grave pecado al robarse algo que le pertenece a la Santa Iglesia Católica, pero no deja de admirarme su increíble talento y virtuosismo del que tanto se habla en Roma. Por ésta ocasión, y por que actuó de buen corazón, perdonaré su osadía con la condición de que usted se ocupe de difundir la obra por todo el mundo.
-Así lo haré, Santo Padre.
-Y no sólo eso. Además lo ordenaré caballero.
El padre de Mozart que miraba la escena no pudo contener las lágrimas de la emoción. Sabía que su hijo estaba escribiendo una página importante en la historia. Y no estaba equivocado. Aunque sería más recordado por sus propias obras, también por ser la única persona que tuvo misericordia del "Miserere" de Gregorio Allegri.

Cuento Finalista.


Estoy muy contento. Fui elegido finalista en el concurso "Historias de la Historia" Constantí 2006 en España. El cuento será publicado en una antología por "Silva Editorial", con los demás finalistas. La verdad me siento como si hubiera sido el ganador. El relato estuvo inspirado en un zapping publicado en Axxón por Marcelo Santos. El relato se titula "Misericordia".

lunes, noviembre 13, 2006

Sánchez. Capítulo V.


Jiménez paró de golpe frente a la jefatura, un edificio viejo de estilo colonial, en la entrada estaba colocada la clásica estatua de Benito Juárez con una placa que contenía la trillada frase,”Entre las naciones como entre las personas, el derecho al respeto ajeno es la paz”.
—Pues aquí lo dejo Teniente, voy a buscar la computadora y luego al laboratorio a llevar esas fibras, lo veo más tarde —dijo poniéndose sus lentes oscuros.
—Gracias, yo tengo que ver esos resultados y luego ir a ver al cura ¿Mi auto lo trajeron para acá? —dijo cerrando la puerta.
—No se te olvide la lista de los médicos.
—Claro que no, su auto debe de estar en el estacionamiento de la planta baja — dijo Jiménez, luego arrancó a toda velocidad.
Sánchez entró en la Jefatura, como siempre mucha gente en el lugar, una larga fila en el departamento de robos y otra más, por desgracia, en la de delitos sexuales, sabía que ni el 10% de esos delitos se iba a resolver y un nudo se le hizo en la garganta.
—Espero que mi caso no sea de los desafortunados —pensó, mientras subía los escalones que lo llevarían a su oficina.
Al final de la escalera, estaban las oficinas de los detectives del departamento de homicidios, las oficinas administrativas y las del Procurador de Justicia de la ciudad. Caminó hacia la suya cerca del final del pasillo, estaba a punto de abrir la puerta cuando oyó un grito a sus espaldas.
— ¡Sánchez! ¡Lo quiero ver en mi oficina, pero ya! Era el procurador Gallardo que lo llamaba. Ya se imaginaba para qué lo quería y por qué sonaba tan enojado.
Sánchez dio vuelta y se apresuró, apenas cruzó la puerta sintió una fuerte tensión en el ambiente.
—Sánchez, cierre esa puerta —dijo el procurador con tono serio— . Lo he visto en la mañana en las noticias y por lo que pude ver el asunto es grave ¿verdad?
—Pues la cosa esta así, Señor Procurador, tenemos un asesino en serie, lo más seguro es que vuelva a asesinar. Anoche me topé con él y la verdad no sé como sigo vivo, creo que quiere jugar conmigo, pienso que me dio por muerto.
—Si, es verdad, supe que lo hirieron y me alegra verlo bien —dijo el Procurador que en ese momento descolgaba su teléfono.
—Pero necesito dar un informe a la prensa que me esta presionando y no sé que carajos les voy a informar —dijo el Procurador con el auricular en la mano, mientras marcaba.
—Dígales que la investigación sigue su curso, la vigilancia será reforzada y que la gente esté alerta, se debe evitar salir sola por las noches, sobre todo las mujeres. Es lo único que se me ocurre por ahora, lo que se ha estado diciendo, como quiera no tengo nada concreto aún — dijo Sánchez pensativo.
—¿Si bueno? ¿La redacción de TV Azteca?, habla el procurador, es con respecto a los últimos acontecimientos.
Sánchez no se quedó a ver que el procurador terminara la llamada, se levantó y con señas se despidió de él, necesitaba llegar a su oficina y echarle un ojo a los resultados de las autopsias.
Sobre el escritorio se encontraban dos carpetas gruesas color beige, con sólo mirarlas Sánchez se dio cuenta que esto le tomaría bastante tiempo, por lo que se paró a buscar un café. Ya no escuchó al procurador, para colmo la cafetera no calentaba bien.
“¡Esto sabe a mierda!”, dijo y lo volvió a echar a la jarra.
Ya de regreso a su escritorio abrió la primera carpeta, Martha Arellano Cruz, soltera de 25 años decapitada, pezones y clítoris cercenados, posible arma un bisturí. Causa de muerte: hemorragia masiva. Había sido decapitada después de muerta, por lo que el asesino esperó bastante tiempo antes de que se desangrara por completo disfrutando su sufrimiento, ningún rastro de violación, ni de que haya peleado por su vida, lo más probable era que conocía al agresor o la tomó por sorpresa, durmiendo.
Se quedó viendo las fotografías del lugar de los hechos, manchas de sangre y fluidos por toda la cama. Los acercamientos de la cabeza putrefacta hallada después sin la lengua y con los orificios donde deberían estar sus ojos ahora se encontraban llenos de lo que parecía ser pus o gusanos. Se sentía asqueado y a la vez impotente por no poder atrapar al psicópata responsable de estos ataques, y lo peor de todo, sabía que mataría otra vez.
Sánchez revisó el caso de la segunda victima, la misma situación, ninguna evidencia, ningún móvil, ninguna relación aparente entre las victimas, no se conocían, una vivía al norte de la ciudad y la otra en el oeste, en lo único en que se parecían era que las dos eran solteras, sin hijos y vivían solas, en eso se parecían también a la tercera victima.
Sánchez recordó el asunto de las computadoras, la tercera victima tenía una, así como la segunda, la primera no tenia en su casa pero en su trabajo perdía mucho tiempo en ella y sea lo que fuera lo que hubiera en los discos el asesino estaba tratando de deshacerse de ellos. Sánchez se sentía cerca del criminal, sólo había que revisar el disco duro de la computadora de la segunda victima y entonces lo tendría.
Sanchez dejó las fotos de los brazos y las piernas desmembrados de la segunda victima sobre su escritorio y se dispuso a salir. “Tengo que ir a ver a ese cura”, se dijo.
Bajó casi volando las escaleras y se dirigió al estacionamiento que se encontraba en el sótano del edificio, Por algún motivo el alumbrado fallaba, algunas lámparas parpadeaban y otras no encendían.
—¡Y ahora donde carajos quedó mi auto! —gritó.
Escuchó el eco de su grito rebotar en el lugar, había más silencio que en un cementerio. Caminó hacia la parte trasera en busca del auto, sus pasos se escuchaban por todo el estacionamiento, pero de pronto escuchó más pasos detrás de él. Volteó, pero no vio a nadie.
—¿Hay alguien ahí? — volvió a gritar.
Siguió caminando, ahora un poco más rápido, hasta que pudo ver su auto al fondo. Detrás de él, alguien se acercaba. Buscó las llaves dentro de los bolsillos del pantalón, las sacó de inmediato y corrió hacia su auto sin voltear. Abrió la puerta y cerró con fuerza. El motor no arrancó enseguida, al siguiente intento, el motor encendió dando un rugido que retumbó en todo el lugar. Encendió las luces y el lugar se iluminó casi por completo.
Miraba atento para ver quien lo seguía, pero no vio a nadie. Puso a andar su auto y se dirigió a la salida. Por el espejo retrovisor le pareció ver una sombra y frenó de golpe, su corazón le latía a mil por hora. Salió del auto y desenfundó su pistola.
— ¡Alto ahí o le vuelo la cabeza! —gritó —apuntó a la oscuridad, pero de nuevo no halló a nadie. Sólo alcanzaba a escuchar sus propios latidos y el ruido del motor.
Se quedó parado por un momento, respiraba con dificultad. Hasta que pudo recuperar el aliento guardó el arma.
“Debo de estar quedando loco”, pensó cuando subía al auto y arrancaba de nuevo.
Mientras, en la oscuridad se deslizaba una sombra dentro de otro auto y después de un rato también abandonó el lugar.
El camino hacia la iglesia no era muy largo, pero con el tráfico de la ciudad por lo menos tardaría quince minutos. Encendió la radio y buscó alguna estación que le agradara, después de sintonizar dos estaciones, una de música clásica y otra de música electrónica, decidió apagarla mejor. Abrió la guantera y sacó una cinta con una etiqueta que decía “METAL DE LOS OCHENTAS” y lo puso a tocar.
“¡Esta si es música!”, dijo y le subió el volumen.
La Iglesia del Sagrado Corazón, le traía malos recuerdos, aún recordaba que de niño y aún a principios de su adolescencia, su madre lo obligaba asistir a misa. Como aborrecía la confesión, pero lo que más odiaba era el lugar en si, la iglesia era viejísima, a la hora que fuera, lucía muy oscura. Al final cerca del altar se hallaba un féretro de cristal, donde yacía un Cristo de tamaño natural, ensangrentado, con una corona de espinas real que durante las fiestas del patrono de la ciudad sacaban para pasearlo por las calles. La gente se arremolinaba para poder besarlo o tocarlo, gente venía de lugares muy lejanos para poder tener esa dicha, para obtener un milagro.
El Padre Vicente tenía en esa iglesia, por lo menos treinta años y tampoco le traía buenos recuerdos, de aspecto rudo y carácter fuerte el sacerdote era respetado por toda la ciudad. Tenía fama de muy caritativo, de ser un trabajador incansable. Era muy querido y solicitado. Sobre todo por las mujeres que lo encontraban atractivo. A pesar de sus sesenta años lucía fuerte y eso se lo debía al gusto por el ejercicio. Pero siempre le tuvo miedo y nunca le perdonó el que lo obligara a besar al Cristo ensangrentado, que parecía tan real que todavía se le aparecía en sus pesadillas.
Se encontraba en medio de toda esa gente que lo empujaba y apretaba, sentía que se asfixiaba, gritaba pidiendo ayuda; volteaba a ver hacia el Cristo que lo miraba y luego le tendía su mano ensangrentada, pero las personas lo seguían apretando hasta que no podía más y lo soltaba. Despertaba gritando o llorando.
“Era como besar a un muerto”, le contó alguna vez a su madre.
Por fin llegó a la iglesia y se estacionó cerca del enorme atrio. La puerta de madera era grandísima, reforzada con adornos de hierro. A Sánchez le parecía más bien que era la entrada de una prisión medieval. Dio un paso hacia adentro y de inmediato se oscureció. Miles de velas a los pies de las imágenes sagradas del lugar, eran la única iluminación. El olor a viejo le llenó las fosas nasales y no evitó estornudar.
Sin querer apagó unas velas que apenas si iluminaban a San Judas Tadeo y el eco de su estornudo se escuchó hasta el ultimo rincón. Recordó los días que iba a pedirle que lo ayudara a encontrar al asesino de su padre, aunque después le agradeció que no lo hubiera hecho. Casi al fondo, unas señoras vestidas de negro hacían fila para confesarse y hasta el final estaba la puerta que conducía a las oficinas del Padre Vicente.
Al lado de la puerta se hallaba sobre un altar, el féretro del Cristo que tanto miedo le daba en su niñez. Las escaleras estaban forradas con alfombra color rojo. En cada esquina había un florero, con tantas flores que mezcladas con el olor a humedad podían olerse hasta la entrada. Dos grandes velas eléctricas iluminaban el rostro ensangrentado, sintió como se erizaba el pelo de su nuca.
Caminó hasta la oficina, llamó tres veces y esperó a que le contestaran, no escuchó ninguna respuesta. Volvió a llamar, esta vez con mayor fuerza.
—Padre, soy el Teniente Sanchez, vengo a hablar con usted— gritó.
Un silencio sepulcral inundó la iglesia, todos voltearon a ver a Sánchez que tenía el puño levantado para volver a tocar la puerta.
—¿Alguien sabe si se encuentra el Padre Vicente? —le dijo a la gente que lo miraba con temor.
Pero nadie contestó, sólo una mujer asintió con la cabeza por lo que volvió a tocar, otra vez no obtuvo respuesta. Se alejó un poco y con todas sus fuerzas pateó la puerta para abrirla. El Padre Vicente si se encontraba en su oficina, pero no estaba vivo.

domingo, noviembre 05, 2006

La Criatura (Escrita a cuatro manos con mi hijo Erath Juárez Estrella)


Cuando le atravesó el corazón con sus propias manos, sintió el calor de su sangre que salió a borbotones. Bebió hasta que no quedó ni una sola gota . Se sentía embriagado de tanto beber que le dolía la cabeza.
***
Al salir de casa acompañado de Amanda, sentió una punzada en el corazón, fue una sensación de preocupación, de advertencia, que no tenia que salir para hacer ese viaje, pero al final, el deseo de pasar unos días con su novia, pudo más que esa sensación.
Era miércoles por la tarde, casi las cinco de la tarde, un día nublado y frío. Había tal soledad en la carretera, que podía oirse hasta el canto de las aves. No había nada interesante a los alrededores, solo kilómetros y más kilómetros de asfalto.
—¿Cuánto falta? —dijo Samuel.
—Ya falta poco —contestó Amanda— , aunque sabía que faltaban por lo menos cinco horas— tu sigue por este camino, yo te aviso cuando estemos cerca.
Después de un rato, Samuel vió en el camino algo que lo dejó intrigado. Era una camioneta que se había volcado, al lado de ella, habían dos cuerpos. Uno a simple vista sin vida y el otro con la ropa llena de sangre. La persona agitaba los brazos desesperado, como pidiendo auxilio. Samuel bajó lo más rápido que pudo para auxiliarlo. Al acercarse, se dio cuenta de que el cuerpo del hombre, parecía estar desgarrado y lleno de cicatrices en la cara. Sus uñas largas y filosas, tenían pedazos de carne colgándole. Samuel gritó, no podía creer lo que veía. Se quedó parado unos segundos sin saber que hacer, entonces la “criatura” reaccionó y le dio un zarpazo que le rasgó el pecho. La sangre emanó con fuerza, manchándole su playera. Como pudo, a rastras regresó al auto.
—¿Qué te pasó? —gritó Amanda.
Samuel no podía articular ni una palabra, trató de arrancar el coche, pero este no respondía. No podía creer, que después de todo lo que había recorrido, en el momento que más lo necesitaba, estaba descompuesto. Después de varios intentos infructuosos, el auto no encendió. Amanda gritaba desesperada.
—¡Cálmate! — gritó Samuel, pero ella no lo escuchaba.
El sonido que hacía la “criatura” con las uñas al rasgar la puerta, casi los deja sordos. Samuel comprendió entonces, que si lograba desprender la puerta, los mataría. Pero Amanda era lo que más le importaba en la vida, así que la defendería.
—¡Sal del auto! —gritó Samuel— ¡Corre!
Ella salió lo más rápido que pudo y se adentró en el bosque. Samuel confiaba en que encontraría el pueblo a donde se dirigían y buscaría ayuda. Mientras la observaba alejarse, la “criatura” arrancó la puerta. Samuel, supo que moriría, sólo era cuestión de segundos. Sintió como lo sacaban del automóvil y empezaban a cortarle el cuerpo. Le atravezaron el corazón. Lo único que pudo hacer, fue ver como bebían su sangre.
***
Por fin saciado, siguió los rastros que dejó Amanda. Corrió entre los árboles, perseguía el aroma de la muchacha. Los arbustos rasgaron su piel, pero no sentía dolor alguno. Ella estaba cerca, lo percibía en el aire. Cruzó un pequeño arroyo y halló unas huellas. Siguió hasta llegar a un claro en el bosque, donde estaba esperándolo.
—¿Por qué tardaste tanto? —dijo Amanda.
—No pensé que se defendiera tanto —sonrió burlón.
—A la próxima, tu me traes a la presa y yo la cazo —le susurró al oído y le lamió los restos de sangre salpicados en la mejilla.

Cuento Publicado.

En esta ocasión me publicaron "La cueva". Fue en el Portal de Forjadores junto a otros autores, en una muy bella antología que recomiendo a todos.

Lo pueden encontrar aqui: http://www.forjadores.net