Sánchez abrió los ojos, una fuerte luz lo iluminaba, se encontró con la cara de Jiménez que lo veía consternado.
— ¿En donde estamos?—preguntó con voz cansada.
— En el Hospital General—oyó decir a lo lejos.
— ¿Qué me pasó? ¿Por qué estoy aquí?—
—Va a estar bien Teniente, sólo fue el golpe—sonrió Jiménez que le daba una palmada en la mano ¡Pero qué susto me dio!
Sánchez quiso levantarse pero una punzada en la nuca lo detuvo— ¿Pero qué demonios sucedió?—insultó a lo bajo sobándose la nuca.
—Es mejor que descanse Teniente, mañana lo pondré al tanto— se despidió Jiménez que cerraba la puerta.
Tras de él, entró una enfermera que con cara sonriente sostenía una enorme jeringa.
—Le voy a inyectar un tranquilizante para que descanse—le dijo. Que sueñe con los angelitos.
No supo cuanto tiempo transcurrió. Para él ni cinco minutos, abrió los ojos.
—Ese tranquilizante no me hizo nada—pensó.
El cuarto estaba en la oscuridad total y había un silencio tan grande que podría oír la respiración de una hormiga, la cama la sentía como si fuera un témpano de hielo. Se quiso levantar pero no le respondía ninguna parte de su cuerpo, de pronto escuchó pasos que venían lejos y que poco a poco se hacían más fuertes. De pronto los pasos se detuvieron, la manija de la puerta se movía y esta se abrió como en cámara lenta. No podía ver quien era la persona pero si podía sentir su mirada. Podía escuchar su respiración agitada. En ese momento empezó a acercarse y fue al fin que pudo verlo. Una persona alta vestida como doctor y con tapaboca se le acercaba. En la mano derecha tenia un bisturí. Quiso gritar y preguntar quién era pero parecía que estaba congelado. Iba a abrir la boca cuando la persona lo atacó. Sintió como le cortaban de un tajo el vientre. Aún así no podía ni gritar ni moverse. Recibió otro corte en el cuello y un chorro de sangre salió disparado de su yugular, esta vez gritó con todas sus fuerzas ¡Que alguien me ayude!
— ¡Teniente, despierte! — le gritaba Jiménez.
—Es sólo una pesadilla— le habló quedo tratando de calmarlo.
—Cálmese y vístase, lo invito a desayunar tenemos mucho de que hablar— y salió de la habitación.
Sánchez se incorporó con lentitud. Estaba empapado en sudor y la cabeza le daba vueltas. No aguantó el mareo y se puso a vomitar. “¡mierda! pero que mal me siento”, se dijo así mismo, pero aún así se levantó y caminó tambaleándose hacia la percha donde colgaba su ropa. Dejó caer la bata a sus pies quedando desnudo cuando se abrió de improviso la puerta.
—Disculpe usted Teniente, no esperaba verlo levantado—dijo la enfermera apenada que enseguida volteó la cara.
—No, no, no hay cuidado—tartamudeó Sánchez aún más apenado subiéndose rápido los boxers.
—Ya me siento mejor y la verdad no puedo esperar más, tengo muchas cosas que hacer—siguió diciendo Sánchez colocándose el pantalón.
—Pero aún no ha firmado su alta el Doctor Estrada—aclaró la enfermera.
—Pues le agradezco mucho su preocupación señorita pero yo me largo, muchas gracias por todo— respondió Sánchez vistiéndose, le guiñó un ojo y cerró la puerta.
Jiménez lo esperaba dentro del auto a la entrada del hospital, en cuanto lo vio le tocó el claxon, Sánchez le hizo una seña de que ya lo había visto y se dirigió hacia él.
—OK, dime todo lo que sabes—interrogó Sánchez dejando caer todo su peso en el asiento.
—Claro que si Teniente, no coma ansias, en el camino le digo—musitó poniendo en marcha el auto y salía a vuelta de rueda de aquél lugar.
— ¿A dónde quiere ir a desayunar, Teniente?—preguntó encendiéndose un cigarrillo.
—A donde sea, no me importa, de todas maneras me siento mareado no creo poder comer nada, pero no me la sigas haciendo de emoción y dime de una vez por todas que carajos sucedió—replicó un poco desesperado.
Jiménez le dio un buen jalón al cigarro y después de sacar todo el humo por fin le dijo.
—Pues en realidad no sé qué decirle Teniente; no sabemos que fue lo que sucedió en realidad; usted tardó demasiado en salir que no supe que hacer; le grité pero no me respondió y cuando me decidí entrar lo encontré tirado en un charco de sangre, por un momento pensé que estaba muerto.
— ¿Pero quién me atacó?
—No encontré a nadie en la habitación, cometimos un grande error, no reparamos en que ese edificio tiene escaleras de emergencia por si hay un incendio, su atacante huyó por la ventana—confesó Jiménez mientras veía el retrovisor.
—Parece ser que el que lo atacó sólo entró a despedazar una computadora—reveló un tanto extrañado.
— ¿Una computadora?—preguntó Sánchez aún más confundido sobándose la cabeza.
—Se llevó el disco duro, lo demás lo hizo añicos—reveló Jiménez cuando se estacionaba frente a un puesto de tacos y tortas.
— ¿Seguro que no quiere nada teniente?—volvió a preguntar bajándose del auto.
—No, pero te acompaño con un café—contestó.
Los dos se dirigieron hasta el fondo del local, era muy pequeño pero limpio, las mesas y sillas eran de plástico, en las paredes colgaban fotos de jugadores de fútbol algo maltratadas.
—Mire teniente, el Cabrito Arellano—exclamó Jiménez emocionado al reconocer a su ídolo, Sánchez ni se inmutó. Se sentó e hizo señas a la mesera, que enseguida se acercó.
—Por favor un café bien cargado—ordenó Sánchez.
—Y para mí una torta de chorizo, también bien cargada y su respectiva Coca Light, para la dieta—bromeó Jiménez.
—Enseguida se los traigo— dijo la mesera que no paraba de sonreír.
—Bueno Jiménez, dime ¿Encontraron alguna pista en la escena del crimen?— preguntó volteando a ver a la mesera cuando se alejaba.
—No, ninguna, tampoco en el departamento de la víctima —contestó Jiménez que tampoco dejaba de ver a la mesera, quien para su mala suerte en ese momento los volteaba a ver.
— ¡Vaya, nos ha visto! —suspiró Jiménez muerto de la pena.
— ¿Y qué sabes de la hermana de la segunda víctima, ya te comunicaste a Francia? —inquirió Sánchez que le regresaba la mirada a Jiménez como si nada.
—Pues hasta ahora no hay noticias de ella, parece que se la tragó la tierra—ahora Jiménez fijaba su vista en las fotos de fútbol.
—Por cierto me dijo el forense que mandó el resultado de las autopsias, deben estar en su escritorio en este momento— añadió.
—Averiguamos también que la última víctima tampoco tiene familia, era huérfana, se crió en un orfanato en el estado de Guerrero.
—Pues te apuras a desayunar y nos vamos a la jefatura, además tenemos que ir a ver al cura, necesito hacerle algunas preguntas.
— ¿Sabes si se revisó la casa de la segunda victima? —indagó Sánchez con cara de que se le había olvidado algo importante…
—Pues se registró la casa, se buscaron huellas digitales sin encontrar nada raro, lo más extraño fue lo que hallé cerca de la entrada cuando estuve listo para abandonar el lugar, encontré unas fibras de color rojo, parecen de alguna alfombra, busqué en todo el departamento y no encontré nada de ese color — respondió Jiménez que veía a la mesera cuando regresaba con sus bebidas.
—Y dime Jiménez ¿de casualidad recuerdas haber visto alguna computadora en el departamento?— inquirió Sánchez antes de darle un buen sorbo a su café y agradecía a la mesera con una sonrisa.
Ésta vez ninguno de los dos volteó a verla y ninguno se percató que ella si los miraba.
— ¿Sabe Teniente? Ahora que lo menciona, si hay una computadora pero no estaba a la vista, estaba empacada dentro del closet— reveló Jiménez que ahora buscaba con la mirada su torta que no llegaba.
—Pues manda a buscar esa computadora, me parece que podemos encontrar algo interesante ahí, estoy seguro que las fibras las dejó alguien que fue a buscar esa computadora y no la encontró, estoy seguro que quiso deshacerse de ella como sucedió con la última víctima, también necesito que mandes a examinar esas fibras, me parece que estamos cerca de ese mal nacido—ordenó Sánchez que daba otro sorbo a su café.
— ¡Por fin mi torta!— prorrumpió Jiménez que la veía venir como si fuera la última del planeta.
—Pues ojalá y sea pronto por que lo más seguro es que vuelva a asesinar— dijo Jiménez que mordía la torta casi hasta la mitad, ¡ummm! …
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