domingo, abril 23, 2006

Primer cuento publicado.

Estoy muy contento. Mi primer cuento publicado resultó ser "Sin Invitación". El cuento lo presenté en el taller 7 tal como está en mi blog. Después de varios arreglos , el relato quedó listo. Lo han publicado en Axxón.

El relato lo pueden leer aquí: Sin invitación

sábado, abril 15, 2006

Sánchez. Capítulo III.

Se detuvo justo en frente de dos patrullas que bloqueaban la calle oscura donde se hallaba el cuerpo. El lugar estaba repleto de periodistas y gente curiosa. Se estacionó detrás de una patrulla. Aún no se había bajado de su auto cuando, una avalancha de reporteros lo rodeó.
—Teniente Sánchez ¿Es verdad que el reciente asesinato tiene que ver con el de las dos mujeres asesinadas de manera brutal?—preguntó una reportera que por poco le pica un ojo con su micrófono.
—No señorita, no es verdad—masculló Sánchez esquivando más micrófonos y cerraba la puerta de su auto.
— ¿Por qué no quieren que se sepan sus nombres? La gente de la ciudad tiene el derecho de saber—preguntó desde atrás un reportero.
—Señores ya les dije mil veces que no queremos que se entorpezcan las investigaciones. No haremos declaraciones que sólo contribuyan a que el miedo se apodere de esta ciudad, que de por si vive ya angustiada por la ola de asaltos y secuestros—contestó Sánchez ahora de mal humor.
—Pero, debemos prevenir a la ciudadanía ¿no cree?—preguntó otra señorita desde atrás.
—Por favor, háganse a un lado, necesito pasar—gruñó Sánchez, que echaba humo de coraje.
Sánchez se abrió camino casi a empujones. Adelante estaba Jiménez, de pie junto al cuerpo tomaba fotos. No fue hasta que estuvo a su lado que éste se percató de su llegada.
—Disculpe Teniente, no me había dado cuenta que ya estaba aquí.
—No hay cuidado Jiménez, esos idiotas de la prensa me detuvieron, pero… veamos el cuerpo.
Jiménez destapó el cuerpo que estaba a sus pies.
—¡Dios Santo! ¡Pero qué demonios ha pasado aquí! ¡Esto es…!—Sánchez no terminó la última palabra, lo que tenía ante sus ojos no podía ser real.
En el piso se encontraba el cuerpo de otra mujer. Desnuda, con el tórax abierto. En la mano izquierda le colocaron su corazón. Colgado del cuello se encontraba su intestino.
—Eso no es todo, tiene que ver esto—señaló Jiménez—, al mismo tiempo que le abría la boca. Le han desprendido toda la dentadura, diente por diente.
— ¡Pero qué clase de asesino!—murmuró Sánchez.
—Dime Jiménez, ¿Tenemos testigos?
—No, ninguno.
—Y… ¿Quién encontró el cuerpo?—preguntó Sánchez encendiéndose un cigarrillo.
—Fue el padre Vicente él quien dio parte a la policía. Se veía muy contrariado. Dijo conocerla desde pequeña.
— ¿El Padre Vicente? ¿Ya lo interrogaron?—preguntó Sánchez sacando el humo del cigarro por la nariz.
—El Padre Vicente se negó a declarar, pero dijo que si necesitaban su declaración estaría toda la mañana en el despacho de la parroquia—contestó Jiménez y le alcanzó una hoja donde anotó el horario de labores del Padre.
— ¿Pero por qué lo dejaron ir?—preguntó Sánchez un tanto contrariado.
—Por favor Sánchez, se trata de un sacerdote, después de lo que ha visto esta noche no quise entretenerlo más ¿No creerás que tiene algo que ver con…?
—¡Claro que no! Pero tiene que explicarme que rayos hacia por aquí tan tarde ¿No crees?
Sánchez se dio un respiro. Se acomodó el pelo, luego como si hubiera recargado baterías continuó con la investigación.
— ¿Ya identificaron a la victima?—preguntó Sánchez volviendo la mirada hacia el cuerpo.
—Se llamaba María Candelaria Sosa Hernández. Tenía veintisiete años, soltera. Vivía en un edificio de departamentos a sólo dos cuadras de aquí.
— ¿Ya avisaron a su familia?— preguntaba Sánchez que miraba a la muchacha con gesto de preocupación.
—No, hasta ahora no hemos dado con ningún familiar, pero estamos investigando—contestó Jiménez—, apoyando su mano en la espalda de Sánchez como queriendo reconfortarlo.
—¿Ya saben la hora del deceso?—preguntó Sánchez agachándose a inspeccionar el cuerpo.
—No tiene más de dos horas muerta—decretó el forense que tomaba fotos de los intestinos enredados en el cuello de la muchacha.
— ¿Tenemos el arma homicida?— preguntó Sánchez abriendo una vez más la boca de la mujer y echaba un vistazo.
—Ningún rastro teniente—volvió a decir el médico quien ahora tomaba fotos del corazón.
—Lo que si puedo asegurar que se trata del mismo tipo de arma que los otros asesinatos. Una de bastante filo quizás un bisturí. Lo que nos indica que el asesino podría ser un cirujano con un conocimiento muy amplio de anatomía humana, pero en esta ciudad debe de haber miles, sin contar a los pasantes de medicina—concluyó.
—Este debe ser de los mejores, hace su trabajo con una limpieza y rapidez insólita— murmuró Sánchez que se levantaba.
—Investiga los nombres de los mejores médicos cirujanos de la ciudad, quizá tengamos que entrevistarlos.
— ¿Jiménez, dices que la muchacha vivía cerca de aquí?—
—Así es teniente, en el edificio de allá— apuntó Jiménez señalando hacia adelante.
—Quiero que me acompañes a su departamento— ordenó Sánchez y luego se dirigió a los demás.
—¡Que busquen por todos lados! Debe de haber alguna huella, no puede ser que no deje ningún rastro, alguna vez tiene que equivocarse, ¡vamos muchachos! Quiero que no descansen hasta que me den una buena noticia.
Caminaron hasta el edificio de departamentos, la puerta de la entrada se encontraba caída de lo podrida que estaba. A la izquierda se encontraban las escaleras que conducían a los pisos superiores. El lugar estaba casi a oscuras. Un foco que apenas iluminaba, colgaba del techo lleno de telarañas. Debajo de las escaleras se encontraban bolsas acumuladas llenas de basura y se podían ver ratas y cucarachas en las mismas. El olor era tan penetrante que Sánchez tuvo que cubrirse la nariz.
— ¿Quién puede vivir en una pocilga como ésta?— preguntó Jiménez.
— ¿Sabes en que número vivía?— inquirió Sánchez intentando ver los números que apenas se distinguían en las puertas grasientas.
—Es en el tercer piso, numero 377—respondió Jiménez, que sacudía el pie como queriendo quitarse algo que tenia en la suela de sus zapatos.
—Subamos entonces—apuró a decir Sánchez sacando su linterna para darse un poco más de luz.
El segundo piso se veía un poco más limpio pero el olor a podrido seguía siendo el mismo. Al final del pasillo se encontraba un departamento abierto donde se escuchaba música de los Tigres del Norte. Gritos de hombres intentando cantar (que por el tono de su voz podía adivinarse que se encontraban ebrios) y además el ruido de las botellas y vasos que chocaban a la hora de brindar.
—No se que sea peor, si la música o el olor— repeló Jiménez.
Pero Sánchez no lo escuchó. Él seguía subiendo las escaleras como si en realidad supiera en donde se encontraba el departamento. Al llegar al tercer piso los dos se quedaron viendo.
— ¿Izquierda o derecha?— preguntó Sánchez.
—Pues la puerta de enfrente dice 407, debe estar a la izquierda— dijo Jiménez y se dirigió hacia la izquierda
—Debe ser la última de allá— señaló Sanchez apurado.
Los dos sacaron sus armas y se dirigieron hacia la última puerta que era de color negra, estaban a un paso cuando oyeron un ruido que venia desde el otro lado del pasillo, los dos se quedaron quietos pero ya no escucharon nada.
—Abre la puerta Jiménez, date prisa—susurró Sánchez desesperado.
—Acabo de darme cuenta que no es este el departamento, éste es el número 437— confesó Jiménez un poco apenado.
—Entonces el que buscamos es el último del otro lado, donde se escuchó el ruido— vociferó Sánchez apresurando el paso hacia el otro lado del pasillo.
Jiménez lo seguía cuando de pronto, Sánchez se detuvo de golpe.
—¿Qué pasa? ¿Por qué se detiene Teniente?—
—La puerta se encuentra abierta—murmuró Sánchez en voz baja. Creo que alguien está ahí, sígueme sin hacer ruido.
Se acercaron poco a poco a la entrada del departamento. El lugar estaba en la oscuridad total. El cuarto estaba en silencio. Jiménez se puso a un lado de la puerta y Sánchez del otro. Se quedaron quietos para ver si podían escuchar algo.
—Espérame aquí—ordenó Sánchez ingresando pistola y linterna en mano.
Delante de él se encontraba un pequeño pasillo. Al fondo una puerta que conducía a la recámara, a la derecha un librero con una televisión y equipo de sonido con una silla mecedora enfrente. A su izquierda estaba el comedor y la cocina. Avanzaba con cuidado. Alumbró hacia la cocina. En el lavabo había un cerro de trastes sucios y olía a rancio. No había ninguna salida ni ventana por ese lado, siguió hacia la recámara y abrió la puerta poco a poco…