lunes, noviembre 28, 2005

Los Elegidos.


No sabía como había llegado tan lejos, nunca se había alejado tanto, fue tanta la emoción que sintió que no pensó dos veces salir corriendo de su escondite. Cuando vio aquellas luces aparecer en el cielo, aquellos dos puntos como meteoros llameantes, supo al fin que el momento de la verdad había llegado, la alegría se vio reflejada en aquel rostro verdoso de escamas verdes.

Estaba cansado físicamente y hastiado de estar en aquél planeta, tenía más de 100 años terrestres habitando en la selva, se escondía en unas ruinas abandonadas por una civilización primitiva muchos años atrás, los dirigentes de todas las naciones habían decidido huir de aquel mundo decadente. No todos pudieron dejar el planeta, seleccionaron a los mejores hombres y mujeres, 144000 fueron los elegidos, los demás fueron abandonados a su suerte.

Los pocos que se habían salvado de las inclemencias del tiempo y las pandemias mundiales, seguían habitando el planeta y ya lo habían repoblado. No había sido necesario que se exterminaran entre ellos, la naturaleza se había encargado de ellos.

¿Cómo llegó a ese decadente planeta?

Todavía recuerda aquél fatídico día para él, se había alejado demasiado de su galaxia, necesitaba combustible y alimento para su largo viaje de regreso, su computadora de vuelo le indicó que había una buena fuente proteica para su alimentación y suficiente uranio para el reactor de su nave. La atmósfera era muy parecida a la de su planeta por lo que no necesitaría su respirador artificial. También le informó que en ese planeta había una pista de aterrizaje utilizada por muchas de las civilizaciones amigas y enemigas ya sea para recargar combustible o para proveerse de humanos para hacer experimentos (como conejillos de indias en ese planeta) y muchos otros que gustaban jugar con ellos y los llevaban como mascotas para sus hijos. Su especie los utilizaba para otra cosa, pero para el era más importante proveerse de combustible para su nave.

— ¡Malditos humanos!— pensó y después de tomar aire por el único orificio nasal siguió corriendo hacia donde estaban estacionadas las luces.

Un hombre, también vio aquel par de luces que se posaron en el área sagrada, justo sobre la pirámide del Sol en la antiquísima Teotihuacan. La profecía hablaba de que algún día regresaría la nave que se llevó a los elegidos para llevarse a otros más. En estos tiempos ya pocos creían en tal augurio, fue más la curiosidad lo que lo movía hacia las luces.

El era de la raza mexicana, de esa raza quedaban pocos, la mayoría huyó hacia el norte como sus antepasados, los terremotos y los volcanes de esa zona mataron a millones, él venía de las costas del sureste, zona devastada por huracanes.

Se había instalado en esa zona desde hace varios meses, el clima de ese lugar no era tan cruel como en su tierra, había alimento suficiente en esa zona, algunos árboles frutales y uno que otro insecto o reptil eran su sustento, cuando fuera el invierno regresaría, a pesar de todo añoraba el azul turquesa de las aguas caribeñas.

—Tengo que investigar que son esas luces, si la leyenda es cierta, quiero ser yo el que reciba a esos malditos que nos abandonaron— no dudo ni un solo momento y corrió hacia las pirámides.

Una sombra verde atravesaba los arbustos a toda velocidad, sus tres poderosas piernas junto con su cola retráctil le daban una velocidad impresionante, su semblante que al principio era de alegría ahora parecía de enojo.

— ¿Por qué tardaron tanto? —

Recuerda como estalló su nave, cuando no pudo hacer nada cuando lo atacaron los humanos y no tuvo más remedio que huir y esconderse, no sin antes mandar un último mensaje pidiendo ayuda. Al pasar 50 años terrestres, pensó que ya no vendrían.

Se acercaba más hacia las luces incandescentes, las pirámides del Sol y la Luna imponentes se encontraban frente a sus ojos, las dos bolas gigantescas ya se habían posado sobre la del Sol. Ahí estaban, por fin, después de una larga espera, habían venido a rescatarlo.

El humano de lejos vio a la extraña criatura que corría en su dirección, instintivamente sacó el cuchillo que guardaba en su cintura, si aquél extraño ser lo atacaba él le daría pelea. Se paró donde la bestia lo pudiera ver y con todas sus fuerzas gritó.

— ¡Alto, bestia! ¡Quédate donde estás!—

Cuando vio al humano, al principio se sorprendió, pensó que ya no había humanos en esas tierras, no había escuchado ese lenguaje desde hace mucho tiempo, en esas tierras se hablaba el español, luego recordó que por su culpa estaba preso en ese asqueroso planeta y aunque no le tenía miedo, paró.

Los dos se quedaron viendo por unos momentos, el gigante verde fue el que habló, mientras al humano le temblaba el cuchillo en la mano.

— ¡A un lado! ¡Criatura insignificante!— y siguió corriendo.

Al humano le sorprendió que aquel ser le hablara en su idioma, de forma inmediata se hizo a un lado, mirando fijamente al ser que seguía corriendo hacia las pirámides, pero súbitamente interrumpió su loca carrera y lentamente regresó hacia donde estaba y le dijo.

—Esas dos naves que ves ahí, vienen por mi ¿Te gustaría irte con nosotros?—

Cuando subió el último escalón de aquélla majestuosa pirámide, se encontró de frente con sus salvadores. Se hincó frente a ellos y les hizo un saludo.

—Tienes que disculparnos hermano, recibimos tu mensaje pero tuvimos un contratiempo—

— ¿Qué les detuvo por tanto tiempo, si se puede saber?—

—En el camino nos encontramos una nave llena de alimento, al principio se resistieron y nos desviaron de nuestro curso, al final los alcanzamos, eran mucho más de 100.000 humanos, tenemos mas que suficientes para nuestro viaje de regreso y para nuestra gente en nuestro planeta, pero debes de tener hambre, te hemos cocinado un par de ellos—
—Discúlpenme, pero yo ya he comido— dijo escupiendo un par de fémures y enseñando con una leve sonrisa sus cuatro hileras de filosos dientes.

jueves, noviembre 24, 2005

Esperándote.



¿Cuánto tiempo llevo bebiendo? ¿Desde cuándo estoy encerrado en éste miserable cuarto? ¿Desde cuándo dejó ésta vida de importarme?

No sé por que me hago tonto a mí mismo si la fecha está marcada en el calendario, la fecha Abril del 99, quizás tan viejo como el maldito televisor. Te fuiste de mi vida tan rápido como llegaste, casi como en un suspiro.

Cuando entré en aquél bar, difícilmente pensé que conocerte marcaría mi vida, de todas las mujeres que había, tuve que escogerte a tí (en realidad la que eligió fuiste tú). No eras la más hermosa, pero en cuanto te vi acercarte, supe que no habría nada ni nadie que evitara el encuentro. Parecías un ángel flotando hacia mí.

Tuvimos una breve conversación, tan efímera que no la recuerdo, tomaste mi mano y me llevaste fuera de ese lugar. Yo en ese momento te hubiera seguido hasta fin del mundo, quién lo hubiera pensado, he vivido un infierno desde ese día.

Subimos a mi auto, tomé el camino que lleva hacia el mar, no dijiste una sola palabra, tu mirada parecía perdida, por momento cerrabas los ojos y respirabas hondamente, como cuando el condenado a muerte espera la inyección letal, como si fueras a lanzarte al vacío.

Llegamos por fin a la playa, no demoramos ni un instante, nuestras ropas volaron por todas partes, nuestros cuerpos ansiosos se entrelazaron haciéndose uno sólo, el sonido de las olas apenas si pudo ocultar los gemidos de placer de ambos y fue al compás de ese dulce sonido que bailamos unidos hasta desfallecer de cansancio.

Cuando desperté ya no estabas ahí, no esperaba encontrarte, pero por un momento pensé que quizás pudo haber sido eterno.

Un año después, me detectaron el virus del SIDA. Por un milagro o un castigo divino sigo vivo (o muerto en vida). Todas las tardes me siento aquí, solo frente al televisor. Esperándote…