domingo, marzo 05, 2006

Sánchez. Capítulo I.

Era una noche oscura, demasiado oscura. Se respiraba un fuerte olor a tierra mojada. Recién había llovido, un fuerte viento comenzaba a soplar. María caminaba sola hacia su casa. A pesar de lo que se leía en los diarios y se escuchaba en la radio no le importó abandonar la avenida principal para tomar un atajo por aquella calle desierta. Tenía prisa por llegar.
—¿Asesino serial en la ciudad? Eso sólo pasa en las películas—pensó. Ya no saben que decir en las noticias ¿No caminar sola por las calles? ¡Por favor!
Ella resolvió ir sola por aquella calle para llegar más rápido a su departamento. A lo lejos podía verse la vieja iglesia donde asistía todos los domingos. Recordó los sermones del Padre Vicente. Los últimos estuvieron cargados de una pasión desbordada. “El Apocalipsis estaba próximo” gritó a todo pulmón. Todos se quedaron viendo unos a otros confundidos. Borró todas esas imágenes y en su lugar apareció ella misma, tomando un baño caliente para después irse a su cama. El día había sido muy agotador. Sólo deseaba descansar.
— ¡Pobres mujeres!—pensó.
Nadie sabía como se llamaban las víctimas, la policía como siempre, ocultaba la información.
—Asesinatos siempre han existido en ésta ciudad, —se dijo así misma—pero hablar de que andaba un asesino en serie suelto en la ciudad le parecía un chiste de mal gusto.
Caminó más de prisa. Cuando saltaba los charcos de agua se veía reflejada en ellos. A lo lejos pudo ver las estrellas que intentaban rasgar las nubes negras con su brillo.
Estaba a tres pasos de la esquina cuando, de pronto, sintió un fuerte golpe en la cabeza. Un chorro caliente de sangre escurrió hacia sus ojos y boca. Volteó hacia atrás pero no pudo ver quien la atacaba. Quiso correr pero pisó mal y resbaló. El piso estaba muy mojado. Entonces gritó pidiendo ayuda, aunque sabia que nadie la podía oír.
— ¡Dios, Ayuda!
Se encontraba boca arriba, indefensa, cegada por la sangre. A merced de quien la estuviera atacando. Quiso ponerse de pie, pero una fuerte patada en la cara la regresó al suelo. Se arrastró como pudo tratando de alejarse. Se puso de pie apoyándose en una pared pintarrajeada de propaganda política.
Estaba desorientada, no sabía hacia donde correr. Entonces fue cuando sintió una punzada en la boca del estómago que poco a poco subió hasta su pecho. Un rayo iluminó el cielo en ese momento. El ruido del trueno opacó al de la carne que se desgarraba. Sintió un dolor insoportable. Estuvo a punto de desmayarse.
Apartó de sus ojos la sangre que le escurría. Entonces pudo ver a su agresor que en una mano sostenía un bisturí y en la otra lo que parecían ser sus intestinos. Escuchó la risa de su atacante. Era una risa infantil pero a la vez diabólica. Vio que su gesto era de satisfacción.
Pero la obra del asesino aún no estaba terminada. Faltaban unos cuantos detalles nada más. Abrió una pequeña maleta. El brillo de la luna se refleja en el metal.
Los charcos a su alrededor ya no eran de agua, ni reflejaban a las estrellas. Sangre corría entre las piedras. El único sonido de la noche era los aullidos de los perros. Anunciaban la llegada de la muerte.

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