sábado, junio 24, 2006

Camino a la Luz.



Era un día como cualquier otro. Parecía ser lo mismo de siempre. Todo en su lugar y nada fuera de lo normal. Mí escritorio, mí vieja lámpara y una montaña de apuntes que nunca había podido ordenar, estaban ahí, recordándome lo monótona que era mi vida.
Como casi siempre, me había quedado dormido sentado. Escribiendo lo que según yo, sería un informe completo de compras y ventas de la compañía. Tomé un trago de ese amargo café frió que había dejado desde el día anterior (o quizás más tiempo) y me dirigí a tomar un refrescante baño de agua helada. Abrí la regadera y dejé correr los chorros por todo mi cuerpo, poco a poco fui despertándome. Al terminar me observé en el enorme espejo que cubría la mitad de la pared y me llevé semejante sorpresa ¿Ese era yo?
Estaba claro que ya no era el mismo. Tenía mucho tiempo que no hacia ejercicio y esa tremenda papada era la mejor prueba de ello, ni que decir de mi abdómen. A pesar de eso, no podía quejarme de ser feo y gracias a que tenía personalidad me seguían varias compañeras de trabajo. Tuve algunas aventurillas con alguna de ellas, muy rápidas que apenas si las recuerdo. Pero ese día, no estaba seguro por qué, pero me sentía raro.
Me vestí como de rayo, le di de comer a mi gato que ya se veía muy flaco y salí a la cochera. Al subir al auto, algo me dijo que lo mejor era irme a pie ¿Qué tan lejos eran diez cuadras? Pero el tiempo era oro y tenía que dar un informe muy importante.
Di una vuelta entera, no encontraba dónde estacionarme y después de cinco minutos empecé a desesperarme, seguí la busqueda hasta que por fin, vi un lugar delante de mí. Sólo tenia que cruzar esa avenida, pero la luz roja me iba a ganar. Pisé a fondo el acelerador y no me fijé a los lados.
Sólo recuerdo ese chirrido que hacen las llantas al frenar. Gritos, el ruido que se provoca al romperse muchos cristales.
Ahora estoy aquí acostado, con toda esa gente que me mira como si fuera la atracción principal del circo. Creo que he tenido un accidente.
— ¡Llamen a una ambulancia! ¡Este hombre está muriendo!— gritó un agente de tránsito.
— ¡Hey! ¡Me siento bien! ¿Qué no ven que ya me levanté? No se preocupen, no fue nada. ¿Qué no pueden escucharme?
Me doy vuelta, veo a un hombre que trata con gran desesperación de revivir a alguien, pero ¿Qué ese no soy yo? ¡Dios mío! ¿He muerto? ¡Debo de seguir soñando!
—Ellos no pueden escucharte—oigo decir atrás de mi hombro.
— ¿Quién eres tu?—pregunto al hombre vestido de blanco que me mira con una dulzura y una gran sonrisa que no puedo describir.
—Soy tu guía hacia la luz—responde.
—¿Pero qué luz? ¿Significa que estoy muerto? Tengo que irme al trabajo—. Si esto no es una pesadilla, es lo más cercano a ello.
—Nada de eso hermano, todo esto en realidad sucede y créeme que te queda todavía mucho camino que recorrer, pero no temas que yo te guiaré hasta la luz. ahí te recibirá el creador de tu universo. Él tendrá que responder por ti, al creador de creadores—dice el hombre con ternura—. No intentes verlo por que su espíritu irradia luz que ciega al que no ha cumplido su misión. Espera a que él te conceda permiso de mirarlo y escucha lo que tenga que decirte, según tus actos, serás juzgado.
— No he hecho nada de lo que tenga que arrepentirme, no he hecho mal a nadie y siempre he dado limosna en la iglesia. Ya sé que tiene mucho tiempo que no voy ¿Es ese un pecado grave?—digo con un poco de miedo.
—Sígueme hermano, y no te separes de mí. Habrá fuerzas negativas que intentarán llevarte y yo tengo que impedirlo.
Lo tomo de la mano y con una lentitud pasmosa vamos alejándonos de aquel barullo. Poco a poco se van apagando las voces hasta que se pierden por completo. De pronto, una oscuridad total nos envuelve y empiezo a sentir frío y desconsuelo.
—Hermano, a pesar de lo que escuches, no hagas caso, no me sueltes. Si llegaras a zafarte te perderás en la oscuridad y no podré ayudarte—me dice aquél hombre al que ya empiezo a tenerle cariño sin saber el por qué.
En ese momento se escuchan ruidos espantosos que no puedo describir. Son gritos guturales que llegan directo a mis oídos y penetran mi consciencia.
— ¡Hey! ¿Recuerdas a Martha? ¿No quieres volver a jugar con sus senos? ¡Ven! A donde te diriges nunca tendrás lo que gozarás con nosotros.
Luego escucho una voz que me es conocida. — ¡Quédate aquí! ¡No sigas a ese hombre! ¡Te están engañando!—era mi propia voz.
De pronto, el hombre con el que voy, se detiene y abrazándome grita.
—Amados hermanos, dejen en paz a ésta alma. Ustedes eligieron la oscuridad ¡Dejen que el siga hacia la luz! ¡Por el amor de todos los creadores, aléjense y permitan que continuemos hacia nuestro destino!
Su voz no es de furia, ni violenta. Irradia amor y me hace sentir bien. No sé cómo, pero los ruidos infernales desaparecen. Ahora voy ascendiendo poco a poco con el hombre.
Pierdo la noción del tiempo. No puedo precisar cuánta distancia hemos recorrido. Entramos a un tunel que parece interminable. A lo lejos puedo ver un rayo de luz que poco a poco se hace más intenso. Conforme nos acercamos, se oyen cada vez más fuerte coros angelicales que nos reciben y alaban al creador. Hasta que por fin llegamos a nuestro destino ¡La luz!
Frente a mi se encuentra un paramédico, me apunta con una lámpara. La gente alrededor no para de murmurar. Algunos continúan rezando. Escucho latir mi corazón con fuerza.
—¡Este hombre no ha muerto, abran paso debemos llevarlo pronto al hospital!
Algunos de los presentes aplauden, otros lloran, una anciana se hinca y grita ¡Milagro! Cierro los ojos, respiro con dificultad, pero me siento mejor. Creo que arriba me han dado una nueva oportunidad.

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