domingo, julio 09, 2006

Naves sobre el desierto.


Don Filemón miraba hacia el cielo incrédulo a lo que veía. Lo que más le extrañaba era que ese día no había bebido ni gota de aguardiente, así que no se trataba de una alucinación. Se restregó los ojos para estar seguro que no fuera un espejismo.
Un silencio sepulcral se apoderó del ambiente, no se escuchaba ni siquiera los cascabeles de las serpientes que por las tardes lo arrullaban. Lucifer, su fiel perro, echó a correr con la cola entre las patas y se refugió debajo de la vieja camioneta Ford.
En las alturas, con la puesta del sol como fondo, barcos de guerra volaban sobre su cabeza. Como si fueran plumas de ave arrastradas por el viento, se posaron sobre la arena. Filemón contemplaba el espectáculo petrificado por el miedo.
—Pero, ¿qué carajos será eso?—dijo entre dientes.
Por fin pudo moverse. Corrió lo más rápido que le permitió su reumatismo por su escopeta y municiones. Llamó a Lucifer pero éste no se movía de su escondite. Tuvo que arrastrarlo para subirlo dentro de la camioneta. Encendió su vehículo, el motor sonó como si tuviera tuberculosis, pero al final salió a toda velocidad rumbo a Desolación, el poblado más próximo de apenas cien habitantes que estaba a tan sólo diez minutos de ahí.
Se dirigió a la estación de policía que cubría una pequeña porción de aquel “pueblucho”. Entró directo a la oficina del Teniente López, ignorando por completo a su asistente que miraba despreocupado una revista para caballeros.
—¡Teniente, estamos siendo atacados!
López lo miró extrañado, un poco sorprendido por que entró de improvisto.
—Oye, Filemón ¿no sabes tocar la puerta?
—¡Nos atacan! ¡Se ha desatado la guerra!
—No me digas que los tanques gringos cruzan la frontera.
—Nada de tanques, son naves de guerra. El día que crucen tanques por esa frontera, serán los nuestros para recuperar el territorio que nos robaron.
El policía esta vez lo miró directo a los ojos. Lo inspeccionó de arriba a abajo con la mirada.
—Estás pero si bien borracho ¿Verdad, Filemón? ¿O encontraste peyote?
—¡Pero no! Lo acabo de ver con mis propios ojos. Hasta mi Lucifer estaba muerto de miedo. Le digo que naves atacan.
—A ver si te entendí ¿Nos atacan naves en pleno desierto? Mira, Filemón, no estoy para bromitas, si resulta ser uno de tus chistes te juro que…
—Pues si no me crees vamos para que las veas.
***
Filemón iba al frente en su camioneta. Le acariciaba el lomo a Lucifer que seguía asustado. Detrás de ellos, a corta distancia, lo seguía López junto con su ayudante. Habían aceptado a ir a investigar los sucesos, no sin antes amenazar al anciano con que lo iba a guardar a la sombra por una temporada en caso de que todo fuera una de sus ocurrencias.
Cuando se acercaban a la cabaña de Filemón, las naves se hacían cada vez más visibles. Él se rió al ver por el espejo retrovisor la cara de estupefacción de los policías. Pero la sonrisa no le duró mucho tiempo. Unas luces en el cielo lo hicieron frenar de golpe. La patrulla apenas y tuvo tiempo para evitar colisionar con el Ford del viejo. Las luces se posaron justo arriba de las naves. Los tres salieron de sus autos y se refugiaron detrás de la camioneta.
—¿Qué fue eso?—dijo el ayudante.
—Parece un OVNI—dijo Filemón
—¿No que no eran naves espaciales?—gritó asustado López.
—Esas acaban de llegar, las otras lo habían hecho primero—dijo Filemón, señalándoles hacia donde se encontraban. Justo detrás de un montón de cactus.
—Tenemos que acercarnos a investigar—dijo López.
—¿No será mejor avisar al gobernador, pedir refuerzos?—dijo el ayudante.
—¿Estás loco? Lo primero que van a decirnos es que de cuál fumamos—dijo Filemón que se asomaba por un lado.
—Síganme. Esa cosa parece que se detuvo—interrumpió López.
Todo se quedó en completa oscuridad. Los dos policías fueron al frente, cada uno empuñaba en una mano la linterna y en la otra el revolver. Filemón iba detrás de ellos junto con Lucifer que no quiso quedarse solo. Avanzaban con lentitud debido a que debían tener cuidado con las alimañas del desierto.
Se encontraban a unos cuantos metros de las naves, pero el OVNI se había desaparecido. Lo que más les inquietaba era el silencio. Sólo se podía escuchar sus respiraciones agitadas. Se detuvieron al pie de uno de los gigantescos barcos de metal.
—¿Hay alguien ahí?—gritó López.
El eco de su voz rebotó por todas partes repitiéndose decenas de veces. Los tres se miraron sin saber que decir o hacer.
López intentó tocar la superficie metálica pero su mano la traspasó como si fuera agua.
—¿Pero qué es esto? Parece como si fuera un proyección de cine—dijo López que agitaba la mano como si quisiera descubrir el truco.
De pronto el ladrido desgarrador de Lucifer los volvió a la realidad. Todos voltearon hacia donde se escuchó el alarido. El cuerpo del pobre animal se encontraba hecho pedazos sobre un charco espeso de sangre y arena.
Filemón empezó a descargar su rifle por todos lados, pero sólo fueron balas que se perdieron en el aire. El eco del ruido que provocó su arma retumbaba en sus oídos.
—¡Salgamos de aquí, pronto! ¡Es una trampa!—gritó López.
Fue tanto el terror que sintieron que los tres huyeron en distintas direcciones.
***
Filemón no podía creer lo que pasaba, lloraba desconsolado, por la pérdida de su fiel y único amigo “¿Por qué?” Se repetía una y otra vez. “Es una pesadilla, tiene que ser una pesadilla”, pensaba.
Se había quedado a oscuras. Por más que intentaba ver no lograba saber cuál era su ubicación. Tenía que llegar hasta su camioneta e irse lo más lejos de aquél infierno. Quien hubiera sido el que mató a su perro, había utilizado las naves como señuelo para atraer a sus presas. Tenía que hacer algo antes de que más personas se acercaran a averiguar que hacían esos barcos en medio del desierto. Se ocultó detrás de un enorme cactus y cavó un hoyo en la arena, decidió que lo mejor era esperar a que hubiera un poco de luz para poder escapar. El cansancio lo venció y se quedó dormido.

López llegó hasta un pequeño montículo de piedras y se resguardó tras de ellas. Con su linterna iluminaba hacia todos lados, trataba de descubrir qué era lo que los atacaba. No vio como por la arena se deslizaba un tentáculo que dejaba un rastro de líquido viscoso. Cuando pudo reaccionar, se encontraba aprisionado por lo que al principio pensó era una serpiente. Sólo que ésta era enorme como una anaconda y mucho más fuerte que cientos de ellas. Se escuchó un sonido muy parecido al que se produce al aplastar una sandía. Los ojos de López salieron despedidos hacia la arena por la presión de la poderosa extremidad. Todos sus huesos se partieron en mil pedazos. Por lo menos su muerte había sido rápida.

El ayudante de López corrió en dirección contraria de los demás. Tantos años sin ejercitarse le pasaban la factura. Su ropa estaba húmeda de sudor y de quién sabe qué más, pero en esos momentos lo que más importaba era sobrevivir. Arrastraba los pies como si tuviera plomo en las botas. Hasta que vio algo que lo dejó paralizado.
Se encontró con una majestuosa estructura oval hecha de un material plateado mucho más brillante que el platino. Flotaba sobre el suelo como a diez metros de altitud. Un poderoso haz de luz salía de centro hacía la arena. Se acercó para tocarlo…
Cuando recuperó la consciencia estaba sobre una plancha metálica, tenía tubos incrustados por todo su cuerpo, lo cegaba una luz. Sentía mucho dolor. Quiso mover sus manos, pero no las sintió. Sólo sentía uno de sus pies. Escuchó un sonido que le hizo recordar el aserradero de su pueblo. De reojo vio un brazo mecánico plateado con una sierra en la punta acercarse a su pierna. En su superficie se reflejaban los muñones de donde alguna vez tuvo extremidades. Un chorro de sangre le salpicó la cara y fue lo último que sintió.

Un ruido extraño despertó a Filemón, parecía que algo se arrastraba directo hacia él. Salió de su escondite y echó a correr sin dirección alguna. No había amanecido, por lo que la visión seguía siendo escasa. Chocó de frente con un cactus provocándose dolorosas heridas. Su cuerpo parecía al de un puercoespín. Lo que lo perseguía estaba muy cerca de él. Con mucho cuidado tomó su escopeta y apuntó hacia donde provenía el sonido. Un extraño ser parecido a un calamar gigante lo tenía acorralado. Las heridas provocadas por las espinas sangraban profusamente.
—¿Quién eres? ¿Qué deseas?
De lo que parecía ser la boca de aquel monstruo, salió un órgano tubular. A Filemón le recordó a los mosquitos. Se le acercó hasta quedar a tan sólo centímetros de él. Sintió un fuerte dolor de cabeza y luego escuchó muy claro que alguien le hablaba. El ser, se comunicaba por telepatía.
—Humano. Prepárate a morir.
—¿Por qué nos hacen esto?
—Necesitamos sobrevivir. Nuestro planeta ha sido destruido por el impacto de un asteroide por lo que necesitamos el suyo.
—¿De cientos de millones de planetas que hay en el universo tuvieron que escoger la tierra?
—Es por que es muy parecida a mi natal Qundo, pero lleno de alimento.
—¿A ti se te ocurrió lo de las naves?
—Sabemos que son curiosos por naturaleza. Fue idea del Gran Cerebro.
—No se saldrán con la suya. Pelearemos.
—Eso, está por verse.
No tuvo tiempo de disparar. Sintió un aguijón que le penetró por la cabeza. Le succionaron los sesos.
En otra parte de México, Pedro miraba atónito las noticias en la televisión. En las principales ciudades del planeta se reportaban extrañas apariciones de naves de guerra en el cielo. Se reportaban también muertes extrañas en París y en Londres. En ese momento transmitían en vivo el aterrizaje de una de ellas sobre el zócalo de la Ciudad de México. Miles de personas se acercaban sin saber lo que les esperaba. Apagó la tele aburrido.“Ya no saben que inventar para tener mas rating”, pensó. Se asomó por la ventana y descubrió una gran nave estacionada frente a su casa…

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