domingo, marzo 15, 2009

Sin Salida.



El dolor lo volvió a despertar, ésta vez no habían pasado más de sesenta minutos y ya necesitaba otra dosis ¿Qué hora era? Las luces apagadas significaban que era de madrugada en el hospital. En la cama de a lado, un enfermo roncaba a todo pulmón. Alargó el brazo para presionar el botón para llamar a la enfermera. Se la tenía que dar, la convencería para que le adelantara la morfina. Por un segundo se le olvidó el dolor al sentir que alguien lo agarró de la muñeca y se la bajó de golpe.

La oscuridad le impedía ver quién estaba a su lado. Primero pensó que había sido su hermana Teresa, pero ella tenía más de un mes que no lo visitaba ¿A esa hora, quién? Le pasaron por la mente varias personas, incluso gente que ya había muerto, y fue cuando supuso que por fin la hora que tanto había añorado había llegado.

—¿Has venido por mi? ¿Eres la muerte?

No le contestó nadie, pero le soltaron de inmediato. Forzó la vista para buscar a quién quiera que estuviera en su cuarto, sus piernas empezaron a temblarle de los nervios.

—¿Quién está ahí?

Solo silencio. Una sombra apareció de pronto y se colocó a sus pies.

—¿Me llevarás contigo?

—A donde vayas, irás solo. Yo soy un conducto al fin de tu sufrimiento, nada más —se escuchó la voz de una mujer.

—¿Y será dificil?

—Lo será más para mi que para tí, te lo aseguro.

—¿Por qué lo dices?

—Por que ahora que lo pienso, debería dejar que te sigas retorciendo de dolor. No mereces el alivio que te daré.

Una punzada que le recorrió todo el cuerpo le recordó exactamente a lo que se refería, necesitaba la morfina o la muerte, lo que fuera, pero en ese momento.

—!Llévame, ya! —gritó el desdichado. Pero más que nada lo hacía para que alguien acudiera en su auxilio.

—No es necesario que grites, nadie te escuchará, todos duermen. Ya me he encargado de ello.

—¡Piedad!

—Todo mundo sabe la clase de hombre que has sido, de las atrocidades que has cometido ¿Dime, tuviste piedad de alguna de las mujeres que violaste y torturaste hasta la muerte?

—No, todas esas perras se lo merecían. Tenía que matarlas. Bueno, todas menos una. A ella le perdoné la vida.

—¿Supiste que esa mujer se embarazó y tuvo una hija, producto de tu ataque?

—No lo sabía, ni me interesa. Ahora lo único que quiero es morir ¿Me tenderás la mano y me matarás de una vez por todas?

—No soy la muerte.

—Acaba conmigo pronto.

—Lo haré despacio, al menos lo disfrutaré.

Ella le quitó una almohada y se la colocó en la cara, y presionó. Al principio hubo una especie de resistencia que poco a poco fue cediendo, hasta que al fin el cuerpo decrépito dejó de sacudirse.

Una sonrisa se formó en el rostro de la mujer y dejó escapar una risita.

—Ojalá te pudras en el infierno, padre —dijo, mientras abandonaba la habitación.  

1 comentario:

Max dijo...

Intriga, dolor, una ficción que roza la realidad; corto pero intenso.